lunes, 14 de julio de 2008

Ciudades

Antigüamente, la fundación de una ciudad no era cualquier cosa. Cuando se iniciaba la construcción de una ciudad, no solamente se tomaba en cuenta el terreno, el agua, el clima, sino que también se tenía una vaga intuición -o en algunos casos, una certeza consciente- de que se empezaba una labor que iba más allá de cualquier fin práctico. El plano simbólico y la sensación del destino también eran factores de mucho peso.

Es por eso que, normalmente, las ciudades eran dedicadas a un dios protector y solían llevar su nombre. La locación se escogía sobre la base de los recursos naturales que pudiera aportar: agua, madera, piedra, animales, fertilidad de la tierra. Pero también se tenían en cuenta los "puntos de conexión": las montañas, los lagos y los ríos. Una ciudad fundada a las faldas de una montaña o al lado de un gran lago o río, era favorecida por los poderes divinos. Las montañas conectaban lo celeste con lo terrenal; y los lagos, lo más profundo y desconocido, con la superficie conocida. Igualmente, los ríos eran mediadores y brindadores de vida, aquellos que unían el caos primordial del océano con el mundo terrenal.

El esquema de las ciudades era (y sigue siendo) bastante arquetípico. Normalmente, su diseño era mandálico (circular y dividido en cuatro partes iniciales), en cuyo centro confluían los caminos principales y se encontraba el gobierno y los lugares populares de reunión.



¿Por qué este diseño particular, como predeterminado? El mandala es un símbolo de la totalidad, de la unidad completa y funcional del ser. Estos símbolos son inconscientes, pero comunes a toda la humanidad. Intuitiva o conscientemente, los constructores de ciudades sabían que el diseño de la ciudad debía ser armónico, pues así podría influir positivamente en la identidad de la gente que la habitara. Y no sólo eso; la ciudad, como símbolo del alma, también debía responder a las necesidades más profundas de la misma. Su fuerza, pues, tendría resonancia tanto a nivel colectivo como individual.

Igualmente, se pensaba que una ciudad no era otra cosa que una copia pálida de un lugar, plano o estado superior, que se encuentra en un reino celestial, perdido e ideal. Roma pretendía ser el reflejo del mismo cielo cristiano, y Jerusalén sería un punto de conexión con la otra ciudad, la Jerusalén Celestial que habría de revelarse al final de los tiempos.

En cualquier caso, era sabido que la ciudad es una entidad viva, un sistema con valores propios, que refleja la condición espiritual y existencial de quienes viven en ella.


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Mikhail (¿Mijaíl? Whatever) Veller, dijo: "MUÉSTRAME TU CIUDAD - TE ENSEÑARÉ TU ALMA". Teniendo en cuenta este principio, ¿qué podríamos pensar de Monterrey?

Nada bueno, por supuesto.

Ciertamente, hace 400 y pico de años, Diego de Montemayor debió sentirse maravillado con la locación. Rodeada de montañas, con ríos y pequeños lagos, en un área donde confluyen dos zonas ecológicas. Y las montañas no eran cualquier cosa: el Cerro de la Silla y la Sierra Madre tienen formaciones muy particulares. Sin duda, Montemayor pensó que era un sitio elegido por la misma Virgen María, pues hasta las montañas llevaban su inicial. Debió parecerle una clara señal del cielo, y, así, siguiendo la costumbre, la nombró "Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monte Rey".

(Quizás no nos damos cuenta porque vivimos aquí, pero, en verdad, tenemos montañas muy bonitas. Por supuesto, esto no es Suiza, pero es algo, supongo. Hace tiempo conocí a unos guerrerenses que no se cansaban de decir lo impresionados que estaban con las montañas "pintadas" de aquí. Al principio pensé que estaban siendo sarcásticos, pero no; realmente estaban maravillados.)

Si trajéramos a un chamán siberiano, groenlandés o de Tierra del Fuego, sin duda diría que en Monterrey confluyen diversas fuerzas místicas y elementales. Luego, al ver los hoyos en el Cerro de las Mitras y en el Cerro del Mirador, y las construcciones que parecen plaga sobre la Loma Larga y otras colinas, se pondría a llorar.

Si la ciudad es un ser vivo, un sistema e intencionalidad que refleja la cosmovisión y el espíritu de quienes viven en ella, ¿qué nos dice esto de Monterrey, con su expansión caótica, sus improvisaciones viales y sus monumentos feos y absurdos? En el área metropolitana hay alrededor de 5 millones de personas, el equivalente a las poblaciones nacionales de Noruega, Finlandia, Dinamarca y Nueva Zelandia. La expansión de la ciudad es anárquica, sin restricciones ni planeación, sin armonía, bastante análoga a un cáncer.

¿Y qué hay del centro, que supuestamente debe representar la esencia misma de la ciudad? Bares, tuburios, calles llenas de basura, crimen, y obras monumentales -la Macroplaza, el Faro del Comercio, el Paseo Santa Lucía- que sólo pretenden disfrazar todo esto, y a las que ni siquiera se les da mantenimiento. Eso es lo que, simbólicamente, definiría a esta ciudad: evasión, irresponsabilidad, poca consciencia propia, hostilidad y superficialidad.

Siguiendo las palabras de Veller: "An organized space means: we are together, a united community, of one fate, each other’s defenders and helpers, together we are better and stronger rather than alone and apart."

Definitivamente, no es algo que se aplique a Monterrey. Creo que "soledad" es aquí la palabra clave. Más masa, más caos, menos organización, menos apoyo, mayor sentimiento de soledad y aislamiento.

La peor babosada de todas es el "orgullo del norte". Si el orgullo existiera, en el auténtico sentido de la palabra, ésta sería una ciudad muy distinta.

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