viernes, 26 de diciembre de 2008

¡Navidad!

Hoy día cada vez hay más detractores de la Navidad, quienes la consideran una fiesta degradada, con tintes religiosos obsoletos, una celebración materialista donde nos perdemos en frenesís consumistas y que utilizamos para evadir una realidad que se vuelve más cruda con cada año que pasa. Y tienen razón.

Pero, con todo, la Navidad sigue siendo un mito bastante importante dentro de nuestra cultura. Más allá del consumismo, de la nostalgia por la "magia" de aquellas festividades de nuestra niñez, del culto religioso explícito y de la evasión de la realidad, la Navidad juega un papel muy relevante en el imaginario colectivo. Su simbolismo parece trascender todas estas deformaciones, todavía siendo capaz de mover muchas fibras dentro de la mayoría de la gente.

Para comprender esto, quizás sea necesario ir a las raíces del festejo.

Los orígenes los encontramos en la antigua fiesta de Yule que se celebraba en las regiones célticas, germánicas y escandinavas, llegando tan lejos como Rusia. Los rituales de Yule son tan ancestrales que hay quienes opinan que podrían remontarse hasta un par de milenios antes de la llegada del culto cristiano. Se trataba de la celebración del solsticio de invierno, que ocurre alrededor del 21 de diciembre. En estas tierras de clima tan hostil, el sentido comunitario cobraba una importancia crucial para la supervivencia, por lo que surgió un mito que les ayudó a mantener la esperanza durante la época más difícil del año.

Justamente durante la noche más larga del año, esta gente solía juntarse para celebrar un rito donde se pedía por el regreso del sol. Las personas cortaban árboles siempreverdes (por lo general, abetos o pinos) y los decoraban con adornos brillantes. Por supuesto, estos árboles perennifolios representaban la resistencia y la continuidad de la vida; pero también eran símbolos del árbol cosmogónico solar que sostiene al mundo y que renace cada año, una imagen del héroe que triunfa en su viaje iniciático a través de la oscuridad.

Básicamente, Yule era una ceremonia de fertilidad de carácter principalmente colectivo; pero también tenía una dimensión personal. El mito del héroe se vinculaba de manera intrínseca a esta festividad, por lo que también representaba un viaje interior y personal, una confrontación del individuo consigo mismo, cuya culminación era el renacimiento a una nueva vida. Así, tras la fiesta de Yule, la gente solía intercambiar regalos como símbolos de la sabiduría adquirida tras este periodo de interiorización.

La fiesta de Yule era tan importante (se pensaba que, si no se hacía correctamente, la primavera jamás llegaría) y estaba tan arraigada dentro de estas culturas que, al momento de llegar el cristianismo a las tierras del norte, sobrevivió mediante la sincretización de creencias. De esta forma, la fiesta del nacimiento del sol pagano pasó a ser la celebración del nacimiento de Jesucristo, el nuevo Rey Sol romano.

Los actuales villancicos (los carols ingleses) son una supervivencia de los antiguos cánticos folclóricos que se hacían durante la fiesta, mientras se bailaba formando un círculo mandálico. El belén o nacimiento fue una inclusión posterior que culminó la transformación cristiana del imaginario. La figura de Santa Claus no se asimiló a la fiesta de Navidad hasta alrededor del siglo XVII. Santa Claus (nombre derivado del Sinterklaas holandés) es una de tantas mitificaciones de Nicolás de Mira (o de Bari), un santo turco que vivió en los siglos III y IV y que se hizo de una reputación por dar regalos a la gente necesitada (ponía monedas dentro de zapatos, o algo así).

Entonces, lo esencial aquí es el simbolismo de la esperanza de renovación, de la nueva salida del sol tras la noche fría, oscura y larga. Es tan fuerte, está tan arraigado en lo inconsciente colectivo que se niega a desaparecer. En este punto, podría decirse que forma parte de nuestra identidad como occidentales. Todos lo llegamos a sentir, precisamente es lo que nos conmueve y alegra tanto durante estas épocas. Charles Dickens lo sabía; basta leer el clásico Cuento de Navidad, una de las narraciones que mejor exploran y desarrollan los motivos profundos de esta celebración.

Pienso que es importante mantener vivo este mito particular. Y es que, en realidad, hoy más que nunca estamos todos necesitados de esperanzas.

martes, 23 de diciembre de 2008

Stephen King's The Stand

Recuerdo que, cuando era un niño pubescente de gustos simples, disfruté de la miniserie de The Stand. Así es que hace cosa de un año la compré a 70 pesos en un puesto de películas usadas, sólo por pura nostalgia. Chistosamente, la dejé guardando polvo durante todo este tiempo y, ahora que me decidí a verla, me dieron ganas de someterme a un transplante experimental de ojos. La verdad, no esperaba gran cosa de esta película, pero al menos esperaba algo. Stephen King nunca ha sido un escritor particularmente brillante, pero algunas de las películas basadas en sus libros me han llegado a entretener. IT, Rose Red y Cat's Eye son filmes que, aunque mediocres, cumplen con su función, sacándote una risa o dos y engañando al aburrimiento por un rato. Por supuesto que Creepshow, Carrie y The Shining (la de Kubrick), se cuecen aparte debido al sentido que le dieron sus respectivos directores; pero el caso es que, por lo general, Stephen King tiene cosas que, de alguna u otra manera, pueden resultar entretenidas y a veces hasta interesantes (sobre todo por su psicología*).

No es así con The Stand. Esto es mierda extratóxica.

Basada en el libro de más de mil páginas, The Stand es el equivalente a un baño en las heces diarreicas de cien ñus, coronado con un barril de mayonesa cosecha de 1998, los gusanos de la tumba de Fidel Velázquez y el fango ése que utilizan en los rituales del Niño Fidencio.

OK, quizás exagero, pero el punto es que ésta es una muy mala película. Déjenme explicarles.

The Stand es una miniserie en tres partes de hora y media cada una que narran el combate final entre el bien y el mal en un escenario postapocalíptico, donde una supergripa creada artificialmente en un laboratorio gringo se sale de control e infecta a la población mundial, matando al 99.9% de los seres humanos en unas cuantas semanas.

Sí, nunca habíamos escuchado algo así antes, ¿verdad?

Como sea, algunos cientos de personas sobreviven por causas aparentemente no biológicas. Todas ellas fueron elegidas por dios y por el diablo para repoblar el planeta. Pero no hay espacio para dos facciones de como 200 personas cada una en un mundo de miles de millones de kilómetros cuadrados de extensión. Tal vez sea porque todos los sobrevivientes son norteamericanos.

Nah, eso debe ser sólo coincidencia.

Hay varios personajes "importantes" aquí. Los principales son el tipo ése de CSI que parece doble de Michael Keaton, otro es un rockstar irritante, una chava que es toda ingenua y que no cumple con otro papel más que el de compañera sexual del clon de Keaton (pero que por algún motivo está presente en toda la película), un profesor universitario (el único personaje que me agradó), un sordomudo ateo, un retrasado mental, el que la hizo del Comandante Harbinger en Hot Shots! Part Deux, una vieja loca con una escopeta, otra vieja loca que es una especie de amante ambivalente del diablo, un geek enamorado de la chava ingenua aquélla (pero lleno de ira y venganza) y un demente piromaniaco conocido como Trashcan Man (el único nombre que recuerdo).

Pero los dos personajes líderes, los representantes de la santidad y la diablura, son los más chistosos de todos. Sólo vean a esta ruca:



No; en caso de que lo pensaran, ella no es el demonio. En realidad, es la "madre Abigail", una anciana decrépita de más de cien años que vive en una granja de maíz y que se la pasa hablando con Dios. O algo parecido. Ella posee la capacidad de contactar a todos los sobrevivientes "buenos" a través de sus sueños y, como Moisés, tiene la misión sagrada de conducirlos a la tierra prometida de Boulder, Colorado. ¿Por qué Boulder? Pues porque... porque... porque... ¿es un lugar bonito? Como sea, este personaje es bastante extraño y llega a tener su propio viaje al desierto, dejando a sus fieles seguidores solos nada más para resolver sus dudas personales.

Si no será una vieja perra egoísta. Regresa toda jodida y a punto de morir solamente para advertir que los malos pusieron una bomba en la casa donde se reúnen los "consejeros" del nuevo pueblo elegido. Un poco tarde; el sordomudo ateo se convierte en pollo Kentucky. Y, hablando del sordomudo ateo, hay una escena en particular que se me hizo muy antipática. El sordomudo le dice a la ruca mamona que él no cree en dios, y la vieja sólo le contesta con una risa condescendiente. Sí, bueno, después de todo lo que ha pasado -con la inmunidad inexcplicable al virus, los sueños y todo- es raro que no creyera en dios, pero ése no es motivo para burlarse de él. Eso es bastante típico del fanático religioso; no intenta comprender la posición de quien no comparte sus perspectivas, y sólo lo hace menos y se ríe de él en una triste demostración de inseguridad propia. Qué remedio, como quiera es obvio Abigail tenía sus dudas.

Pero eso no es nada. Randall Flagg -el mismísimo Lucifer y, según la explicación de Stephen King, es Hitler, Jim Jones, David Koresh, Stalin, Calígula, Torquemada, Bono, Prince y Robert Loggia juntos- es el líder de los malosos. Así es como aparece por primera vez en la serie:



No está del todo mal, con todo y efectos cheesy, especialmente cuando se ve como una sombra entre un campo de maíz y con un montón de ratas a sus pies. Sí podría ser un diablo en quien pueda creer. Pero, por desgracia, más adelante nos muestran su otro rostro:



¿Qué diablos es eso? ¿El príncipe de las tinieblas es un gringo redneck con el rostro semideforme, melena ochentera y que usa jeans, chaqueta de mezclilla y botas vaqueras? ¿Por qué retratan al demonio como un fanático de Mötley Crue? En cualquier caso, era 1994, y ya el hair rock estaba bien pasado de moda. Habría tenido más sentido mostrarlo con corpsepaint blackmetalero o como maricón rebeldoso tipo Marylin Manson. Hasta Alanis Morrisette habría sido una diabla más convincente que este tipo. Pero qué sé yo.

El detalle con este sujeto es que es un demonio muy idiota. Toda su inmemorial existencia y su experiencia boicoteando, pervirtiendo y torciendo obras buenas y divinas no parecen serle suficientes para escoger a un grupo decente de seguidores. Uno supondría que habría elegido a genios maquiavélicos, espías fríos y psicopáticos, asesinos profesionales y -¿por qué no?- a Bill Gates o a Carlos Slim, pero, en vez de ello, prefirió a un montón de monos analfabetas que sólo se preocupan por beber, coger e incendiar cosas. Hasta escogió mal a su novia, quien se terminó suicidando con un anticristo bebé en su vientre. Randall Flagg sencillamente es demasiado infantil y torpe para ser Satanás. ¿De verdad esperaban que un personaje así pudiera ser tomado en serio?



Tomando en cuenta esa última transformación de su apariencia, evidentemente no.

Bueno, para resumir lo que queda de historia: antes de morir, Abigail "profetiza" que cuatro miembros del consejo de goody goodies debe ir a Las Vegas (la capital del infierno, del vicio, del desenfreno, etc. donde viven los malos) y entregarse suicidamente a ellos en una especie de acto de fe. Los cuatro elegidos son el wey de CSI, el profesor, el rockstar baboso y un tipo gordo. En el trayecto, el de CSI se rompe la pierna en la escena de accidente peor actuada del mundo y deben dejarlo a su suerte, solito con el perro mascota del profesor (sí, obviamente el perro tiene que sobrevivir). Los otros tres se entregan a los seguidores del diablo en la escena más gay de toda la película:



Si un tipo joven con una guitarra tomado de la mano de dos hombres maduros se me acercara, yo también me sentiría tentado a dispararles. Pero no es lo que sucede. Flagg asesina al profesor porque le dijo que era un niño patético y los otros dos son llevados a la calle para una ejecución pública. Antes de eso, los mártires lanzan un grito de ayuda y un llamado a la sensatez que mueve algo dentro de uno o dos sujetos que se atreven a defenderlos. El diablo los mata. Pero luego sucede un milagro: Trashcan Man, un pirómano que se había salido de control, llega a la ciudad con una bomba atómica. Como fanático del fuego, lo único que quiere ver es la explosión más grande que pueda haber. Flagg le pide al comandante Harbinger que le dispare, pero repentinamente una mano dorada sale del cuerpo de los muertos y envuelve a la bomba, volando a todos los malos a venga a nos tu reino. El clon de Keaton es rescatado por el retrasado mental y ambos regresan junto con el perro a Boulder, y todos viven felices para siempre.

La lección última de toda la historia: a dios le gusta sacrificar gente buena nomás porque sí y matar a personas malas con bombas nucleares.

Por cierto que por ahí aparece Stephen King haciendo el papel de un pueblerino bonachón que habla, se mueve y se ve como un idiota. Es difícil determinar si en realidad estaba actuando o no.

Como sea, para los estándares de las miniseries de Stephen King (IT, The Dead Zone, Rose Red, The Langoliers) -que nunca son demasiado altos, pero al menos uno sabe que puede perder el tiempo más o menos a gusto con estas cosas- The Stand sobresale por su podredumbre exagerada. Si tuviera que escoger entre volver a ver esta serie o tragarme un lucero del alba... probablemente volvería a ver la serie, pero el punto es que sigue siendo una asquerosidad. Evítenla a cualquier costo.

P.D. ¿Cuándo podremos ver una película en donde el perro y el retrasado mental se mueran? Honestamente, el que siempre tengan que sobrevivir es uno de los clichés más irritantes en la historia del cine.

*Es en serio. A veces las películas más estéticamente chafas son las más interesantes desde la perspectiva psicológica.

martes, 9 de diciembre de 2008

The Tipping Point

The Tipping Point (traducido al español con el nombre baboso de La clave del éxito) es un libro famosísimo escrito por Malcolm Gladwell. Se enfoca en la mercadotecnia y su dinámica en lo referente a las llamadas "epidemias sociales", es decir, las tendencias contagiosas que abarcan desde la imposición de una moda juvenil hasta el surgimiento repentino de oleadas criminales. Gladwell intenta encontrar los elementos que conducen al tipping point, o punto de inflexión en que algo (una idea, una forma de vestir, un libro, una acción criminal) se esparce masivamente, de comunidad en comunidad.

La teoría de Gladwell dice que los factores clave que provocan una epidemia social son: 1) los conectores y los mavens, personas socialmente hábiles y muy bien informadas que se encargan de esparcir y promover ideas y productos novedosos, sólo porque le gusta hacerlo; 2) el "gancho", un elemento creativo inasible que hace que dicha idea o producto se vuelva atractiva o extraordinaria; y 3) el contexto en que se crea el mensaje, el cual (según Gladwell) tiene una importancia pivotal y la menor modificación que sufra tendrá un impacto gigante en las personas que viven inmersas en él.

La verdad es que el libro tiene un par de ideas interesantes, pero el resto, debo decirlo, es mierda. La teoría de este tipo se sotiene tan bien como una jirafa bailando tap sobre el pararrayos de la torre Chrysler.

Su idea acerca de la importancia los conectores y mavens en la difusión de una epidemia social parece interesante en primera instancia, pero no la fundamenta muy bien. Se basa en un montón de ejemplos aislados y trata de sostenerla enteramente sobre el experimento de los seis grados de separación; pero, obviamente, un solo experimento no basta para sacar conclusiones de este tipo. De hecho, entre la crítica que se le hace a este libro, se menciona mucho a un tal Duncan Watts, quien repitió el experimento de los seis grados de separación, pero observó que los supuestos conectores no eran cruciales para la transmisión del mensaje. De cualquier manera, aunque lo que dice Gladwell fuera cierto, en la era de la información, donde los mensajes se transmiten de manera más distante e impersonal, los mavens y conectores no serían tan relevantes para el caso.

El factor del "gancho" no es elaborado ni siquiera un poco en este libro. ¿Qué es? ¿En qué consiste? Quién sabe. Gladwell sólo dice que, para que una idea o producto pegue, debe tener "gancho". Es todo. Información obvia e inútil.

Lo que Gladwell escribe sobre el contexto, aunque igualmente tapizado de mierda, sí tiene algunos puntos atinados. Creo que lo más rescatable de The Tipping Point está en el énfasis que pone sobre la necesidad de trabajar en grupos pequeños y cohesionados; y la importancia que tienen los pequeños detalles. La psicología grupal siempre ha sostenido que (haciendo las neurosis a un lado) los pequeños grupos de trabajo son los más efectivos; y lo mismo es válido para las comunidades pequeñas. Gladwell se basa en algunos de estos estudios (curiosamente no los más importantes) y, especialmente, en la regla del 150, según la cual 150 es el número máximo de personas con las que un individuo puede mantener una auténtica relación social. Fair enough, coincido con él en este punto.

En cuanto a los pequeños detalles, Gladwell acierta y, a la vez, no. Él afirma que una pequeña modificación en el ambiente cotidiano puede hacer la diferencia en la manera en que nos comportamos dentro de él. Algo así también sucede con la publicidad: el más mínimo cambio en un anuncio puede cambiar nuestra percepción acerca del producto que vende. Por ejemplo, borrar los grafitis de los muros en un barrio y limpiar la basura de sus calles puede provocar cambios muy favorables en la actitud de la gente que lo habita. Y poner un mapa y un horario en un anuncio de vacunación puede lograr que más personas atiendan a inyectarse.

Esencialmente, el autor habla del poder que los símbolos tienen sobre la gente, pero no lo ve precisamente desde esa perspectiva, no profundiza demasiado en ello y se vale de unos pocos estudios de psicología cognitiva-conductual para formular algunas de las conclusiones más precipitadas, no fundamentadas, reduccionistas, simplonas y, en general, absurdas que he leído. Cito algunas de sus afirmaciones:

Al final, las convicciones de nuestro corazón y los contenidos verdaderos de nuestros pensamientos son menos importantes a la hora de guiar nuestras acciones, frente al peso que tiene el contexto inmediato.

O ¿qué tal ésta?

Es posible ser mejores personas si caminamos por una calle limpia o si usamos un sistema metropolitano limpio que si éstos se hallan repletos de basura o grafitis.

En algún punto incluso llega a sacar conclusiones acerca de la estructura y la evolución del cerebro humano basándose en cosas de este tipo. El retrato que hace del pensamiento humano es de una cosa moldeable como la plastilina. Afirma que las emociones y los principios éticos pasan a segundo plano con respecto al contexto, al punto que una calle limpia nos puede cambiar en lo más íntimo y convertirnos en excelentes personas. No va a las causas profundas de los sentimientos y tampoco se molesta en indagar un poco más en qué consisten exactamente las convicciones y los principios éticos. Le encanta patinar sobre la superficie y cree haber encontrado el hilo negro por ahí, rebuscando entre datos evidentes. Bullshit pura.

En fin, olvidé mencionar que, entre lo rescatable, también está el capítulo acerca del tabaco y los fumadores, aunque haya hecho un perfil muy insultante del fumador. Pero qué weba hablar de eso.

Como sea, las ideas principales de The Tipping Point no son cosa del otro mundo y se podrían resumir en 10 páginas. Las otras 290 páginas del libro sólo contienen ejemplos y casos concretos. El amigo que me recomendó esta cosa me dijo que lo interesante no eran tanto las ideas como los ejemplos, y creo que tiene razón. Al menos entretienen y pueden ser objeto de reflexión. Pero, la verdad, por momentos sí me sentía algo confundido y perdido entre tanto ejemplo. Esto puede ser algo un poco engañoso, pero estos ejemplos sólo los utiliza para describir las ideas; en manera alguna pueden fundamentarlas.

A final de cuentas, el libro podría valer la pena sólo por los ejemplos aislados y una que otra idea medio atinada. El resto está muy enmierdado y debe ser visto con cautela.