jueves, 16 de octubre de 2008

Absurdo # 4,298,987,543: Jerusalén

La mayoría de la gente tiene la idea de que la historia de Jerusalén comenzó con la llegada de los israelitas, pero pocos saben (o se quieren dar cuenta) de que esa ciudad ya existía 600 años antes del rey David. Se trataba de una ciudad sumeria menor, probablemente consagrada al dios del sol poniente, Shalem, según parece indicar su nombre, "Jerusalén", "Urusalim", "Yershalaim", es decir, "fundación de Shalem".

(Es chistoso cómo la ciudad sagrada del monoteísmo ha conservado su antiguo nombre pagano. Bueno, al menos por parte de judíos y cristianos; los musulmanes la llaman al-Quds al-Sharif, "Ciudad Santa y Noble".)

La fundación de Jerusalén como ciudad santa hebrea ocurrió cuando David se convirtió en soberano de los reinos de Israel y de Judá, alrededor de 1,000 a.C. Él tenía un problema: ambos reinos, aunque hermanos culturales, estaban muy enemistados. Si David establecía la capital del nuevo reino unificado en Israel, a la gente de Judá no le iba a caer muy en gracia, y viceversa. Pero, para su fortuna, vio que justo en medio de ambos reinos existía una pequeña ciudad-estado jebusea llamada Jerusalén. La conquistó sin muchos problemas y, para legitimarla como capital, mandó que el Arca de la Alianza -una representación de la unión eterna de Yahveh con su pueblo- se fijara ahí.

David, nada idiota, formó alianzas con sus nuevos súbditos jebuseos, y les permitió conservar terrenos y posesiones, y nunca se metió con sus cultos religiosos. Incluso, una de sus principales esposas, Betsabé, era jebusea, y ella fue quien dio a luz a su heredero, Salomón (quien de sabio tenía poco, pero ésa es otra historia).

Después de David, la historia de Jerusalén se desdobla en una serie de constantes dictaduras, invasiones y destrucciones. La religión monoteísta se convierte en común denominador dentro de todo esto, y hacia el siglo VII d.C. ya forma parte de la identidad de judíos, árabes y cristianos latinos y orientales. Si bien ya antes habían ocurrido todo tipo de genocidios y matanzas en esa ciudad, a partir de entonces la cosa se pone más dura que nunca. Y no es que no haya habido una pizca de razón en medio del caos: el califa Omar, primer conquistador musulmán de Jerusalén, trató de sembrar la concordia entre los distintos pueblos que la habitaban y se mostró excepcionalmente tolerante hacia sus costumbres y creencias. Pero nada dura para siempre, y eso es especialmente aplicable a todo intento por crear algo de conciencia y sensatez.

Un caso que siempre me ha impresionado mucho es la conquista de Jerusalén por parte de Saladino, en 1187. En 1099, contra toda probabilidad, los cruzados arrasaron a los ejércitos árabes y cometieron uno de los crímenes más inolvidables de la historia: mataron a cerca de 30,000 jerosolimitanos, entre hombres, mujeres, niños y ancianos. Ochenta y ocho años después, un franco torpe, bárbaro y fanático llamado Guy de Lusignan subió al trono de Jerusalén y, junto con su compadre Reinaldo de Châtillon, príncipe de Antioquía, hicieron guerra abierta a Saladino y perdieron el reino en la batalla de Hattin, recordada como uno de los más idiotas fracasos estratégicos en la historia conocida.

Debido a la presión de sus subordinados, Saladino se disponía a recuperar Jerusalén de la misma manera que los cruzados lo hicieron antes: matando hasta el último de sus habitantes. Así habría sucedido de no ser por la oportuna intervención de Balián de Ibelín. Balián y Saladino eran hombres caballerosos y de honor, que se respetaban bastante el uno al otro (en serio). Saladino dio la oportunidad a Balián de escapar a tierras cristianas y le otorgó permiso de permanecer en Jerusalén por un par de días, mientras escoltaba a su familia hasta Trípoli. Sin embargo, cuando Balián vio la miseria en que se encontraba la gente de la ciudad, regreso con Saladino y le pidió que no le hiciera cumplir su promesa de no tomar armas contra él. El sultán respetó su voluntad y lo dejó regresar para que organizara la defensa de Jerusalén.

Balián obligó a Saladino a llegar a un acuerdo: dado que el sultán amenazaba con matarlos a todos, no tenían nada que perder, y los defensores no dudarían en matar a sus propias esposas e hijos, en quemar todas las mezquitas y Balián aseguró que cada uno de ellos mataría por lo menos a un musulmán en batalla. Saladino accedió a respetar sus vidas, siempre y cuando los cristianos se rindieran pacíficamente. No obstante, todos ellos quedarían como prisioneros a menos que pudieran pagar una pequeña suma por su rescate. Balián aceptó.

Entonces ocurrió uno de los sucesos más increíbles en la historia de la humanidad. Los musulmanes se sintieron muy indignados al ver cómo los cristianos más ricos salían de la ciudad cargando sus tesoros en varios carros, sin preocuparse por el destino de sus correligionarios más pobres. Saladino mismo lloró al ver cómo separaban a las familias cristianas y ordenó la liberación de varios miles. Su hermano pidió mil prisioneros para su uso y los liberó ahí mismo. Varios otros oficiales musulmanes hicieron lo mismo.

Con esos actos, Saladino mostró una integridad ética tan ejemplar que los mismos cristianos quisieron apropiárselo, difundiendo mitos acerca de un supuesto bautismo secreto y varias otras tonterías. Como sea, son este tipo de cosas las que hacen que uno recupere al menos algo de fe en la humanidad.

Pero no por mucho. Tan pronto como Saladino murió, volvieron las matazas y las disensiones, que han continuado de manera ininterrumpida desde hace 800 años.

¿Cómo puede el ser humano permanecer estancado en un estado tan terrible e infantil durante tanto tiempo? ¿Cómo puede no aprender otra cosa que destruirse a sí mismo hasta la muerte? Es deprimente. Pero así es la naturaleza de la masa: anula todo valor ético a favor de los sentimientos más salvajes. Sólo la desarrollada mente individual, como la de David, Omar y Saladino, ha logrado crear excepciones en la historia. La triste realidad es que es casi imposible luchar en contra del espíritu colectivo.

No hay comentarios: