jueves, 12 de junio de 2008

Religión, pt. 3/3

Como dije en el anterior post, si se va más allá de las limitaciones empíricas de la teoría de lo inconsciente colectivo, y se entra a un terreno más filosófico y especulativo, entonces, sí, la mente podría contener la clave para contactar con lo divino. Poco antes de que le dispararan en la cabeza, Ioan Culianu, el heredero de Mircea Eliade, publicó una teoría muy interesante. Según él, las experiencias extáticas, astrales y fuera-del-cuerpo que tienen los chamanes, los yoguis y otros místicos, describen muy bien lo que podría ser la cuarta dimensión. A partir de ahí, Culianu especuló que quizás la mente posee el secreto para "trascender" a distintas dimensiones. Si, como predican los budistas, la mente puede romper el velo de maya e ir más allá de las convenciones tridimensionales, entonces sería posible hacer un viaje a otra realidad. Sin embargo, a Culianu no le gustaba la psicología de lo inconsciente, probablemente porque estaba loco y no quería darse cuenta de ello. Pero no por eso sus ideas son menos interesantes.

Como sea, vayamos a otras cosas.


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La Muerte

Otro factor que está íntimamente ligado al sentimiento religioso es la muerte. Por supuesto, no estoy de acuerdo con la afirmación atea de que el miedo a la muerte es la fuente y esencia de toda religión. Es una idea demasiado reduccionista y simplona. La conciencia de que el hombre muere también es el punto de partida de toda sabiduría, filosofía, arte e introspección. ¿Quiere esto decir que las creaciones humanas más elevadas han surgido con la meta última de consolarnos frente a la muerte? ¿Son una gran evasión o una profundización? Me voy más por la segunda, y creo que la cosa es demasiado complicada como para dar una conclusión tan burda como "cuando morimos dejamos de existir", que por otro lado es demasiado negativa y pesimista.

Yo frecuentemente pienso en la muerte (el puer aeternus, la figura interna que huye de la muerte, de hecho es uno de los temas principales de mi tesis), y me pasa algo curioso. Cuando era niño y supe que mis padres iban a morir, la idea ciertamente me impactó, pero no recuerdo que haya tenido una huella demasiado fuerte en mí. Varias veces fui a funerales de familiares y me tocó asistir, por casualidad, a misas de requiem de cuerpo presente. A diferencia de otros niños de 7 y 8 años, ver los cadáveres no producía mucho efecto en mí (ver a un moribundo, por otro lado, es algo completamente distinto). Ni la muerte ni los muertos me asustaban mucho, y de hecho fui yo el que consoló a mi papá cuando murió mi abuelo. No sé muy bien a qué se deba, pero desde pequeño tenía una cierta seguridad intuitiva de que la muerte no era el fin del espíritu, cosa que, según creo, iba más allá de mi formación religiosa.

Pero no podría estar por mucho tiempo en un cementerio o en una funeraria. Hay algo frío y perturbador acerca de los lugares que almacenan muerte. Pensé en eso muchas veces y me daba cuenta de que lo que me asustaba no era tanto el estado de la muerte en sí, sino, más bien, algo así como el contacto de lo muerto con lo vivo. Cuando estoy en un cementerio durante más de media hora, empiezo a sentir como si me drenaran la energía. Pensé que a lo mejor se trataba de una condición psicológica, porque, aunque cuando usualmente pienso en la muerte no me pasa nada, quizás el ambiente del cementerio -con sus cientos de personas dolientes que dejaban ahí sus impresiones emocionales- ayudaba a sacar algo reprimido y fuerte que consumía mucho mi energía mental. Pero no podía precisar qué era. Por otro lado, no es que sintiera mucha angustia. El caso es que siempre que voy a un cementerio, procuro no quedarme ahí por más de 20 ó 30 minutos.

Quizás haya otro factor presente en los lugares de muertos. Marie-Louise von Franz, una de las discípulas más chingonas que tuvo Jung, hizo un estudio pionero acerca de los sueños que suelen tener las personas moribundas, las que padecen de enfermedades terminales e incluso quienes no saben que están cerca de la muerte. Al parecer, existen muchos sueños sincronísticos (es decir, que presentan un fenómeno en el que la realidad externa coincide con la interna), que resultan proféticos. La sincronicidad trata las coincidencias significativas: los sistemas de adivinación, los sueños "objetivos", algunos acontecimientos extraños o paranormales, o cuestiones cotidianas como cuando uno piensa en tal o cual persona, y repentinamente se encuentra con ella. Jung comenzó el estudio científico-empírico de este tema e incluso realizó un sorprendente experimento astrológico. Con esto, sólo quiero aclarar que no se trata de una cuestión new age, ni esotérica, ni nada por el estilo. La sincronicidad es algo que siempre ha sido notado y registrado en todo tipo de manifestaciones culturales. Y, para qué nos hacemos mensos, a todos nos ha ocurrido algo así, si bien son cosas que solemos descartar sin darles mucha reflexión.

Volviendo a los sueños, Franz comentó que existen ciertos sueños que no pueden ser interpretados subjetivamente; es decir, son sueños que apuntan hacia la realidad objetiva y no tanto hacia la situación interior del soñante. Jung solía interpretar así algunos sueños donde aparecían personas que ya habían muerto. Según él, ninguna otra interpretación podía encajar en la situación de los soñantes, y Franz estaba de acuerdo con esto. Ella habló sobre un sueño que tuvo poco después de que murió su padre. Éste timbraba en su casa, y cuando ella quiso abrazarlo, él se negó y le dijo que sólo estaba ahí de visita, y que los muertos no deben estar mucho tiempo cerca de los vivos. En este sueño, ella sentía que debía mantener con vida la flama de la estufa de su casa.

La interpretación que dio fue la siguiente: la flama representa lo humano terrenal y ctónico, las pasiones, los sentimientos, etc. Los muertos, según cuentan miles de mitos e historias de experiencias extracorporales y después-de-la-muerte, al separarse de sus cuerpos, se desprenden también de este "calor humano", y se vuelven, por así decirlo, "objetivos". Franz sospechaba que, para que un muerto se manifieste a un vivo, probablemente deba "robar" parte de esta energía vital. Si el espíritu del muerto llegara a consumir la energía vital de un vivo (que lo "poseyera", digamos), ocurriría un trastorno emocional severo, psicótico. Por eso su padre la mantenía alejada en aquel sueño. Y por eso, también, los médiums e invocadores siempre se encuentran en el constante peligro de "perder el alma", como se dice entre algunas tribus primitivas.

¿Podría ser eso lo que sucede en los cementerios y funerarias? ¿Podrá haber ahí espíritus hambrientos de vida? No lo sé, pero lo sospecho.

No obstante, ésa no es la tesis principal del libro de Franz, Sobre los sueños y la muerte. Según ella, los sueños de las personas próximas a la muerte muestran que el proceso de individuación -de autorrealización, que es natural al individuo- continúa una vez que se ha completado el ciclo vital. Lo inconsciente no se inmuta ante la muerte; la ve como una de tantas transiciones anímicas y existenciales. Lo inconsciente parece preparar y prevenir al individuo acerca del cambio que se le avecina.

Como quiera hay algo que sí temo de la muerte. El viaje que describe el Libro Tibetano de los Muertos, así como el Libro Egipcio y otros, son terribles, llenos de pruebas y sufrimiento. Por otro lado, la idea de que existen varias almas que coinciden en una dentro del cuerpo terrenal, y que se separan tras la muerte, tampoco me agrada mucho. El que me quiten mis emociones y mis vínculos afectivos después de morir es un pensamiento triste. Pero si así deben ser las cosas, no hay mucho qué hacer al respecto.

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No dudo que haya algo después de la muerte, pero no puedo saber qué es. Ésa es la incertidumbre que me da más miedo.

En fin, tengo muchas más cosas que decir, pero mejor aquí lo dejo. Ya fueron suficientes locuras. Quizás debería dedicarle más tiempo y energía a pensamientos que sean más prácticos.

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